Jesús
ofrece a la humanidad la posibilidad de salir del estado de esclavitud y
opresión. El modo como lo hace lo expresa Juan con la frase, paralela a la
anterior: «Este es el que bautiza con Espíritu Santo». La comunicación del Espíritu
da la experiencia del amor del Padre, cambiando la imagen de Dios. El que era
visto como Soberano, se experimenta ahora como Padre; el que era concebido como
objeto de temor, se manifiesta como amor incondicional y el hombre aprende que puede poner en él su total confianza. La idea de un Dios juez y
vengador hace del hombre un esclavo. La intimidad y confianza con Dios, que ya
no aparece como Soberano ni como Juez, sino como Padre, libera al hombre de
todo miedo y sumisión, haciéndolo libre y señor de sí mismo. Cambia al mismo tiempo
su relación consigo mismo, con la humanidad y con el mundo, pues lo ve todo como
objeto del amor del Padre.
El tema
de la libertad se trata también en Jn 8,32, donde Jesús dice a «los judíos» que
la «verdad hace libres» y saca de la condición de esclavo, en la que se
encuentra quien practica el pecado (8,34). «La verdad», en cuanto conocimiento,
no es una doctrina ni una serie de enunciados, sino que nace de la experiencia
del amor de Dios, mediante el Espíritu que Jesús comunica al hombre.
La
experiencia de vida y libertad que produce el Espíritu relativiza los demás
vínculos y libera de ellos. Para obtenerla no basta, sin embargo, la adhesión
intelectual al mensaje de Jesús: se requiere la opción por el bien de los
hombres, rompiendo con el sistema de injusticia (8,23) Y practicando el amor
conforme al mensaje (8,31); sólo entonces poseerá el hombre «el Espíritu de la
verdad» (14,16; 15,26; 16,13), que lo hace libre.
La
libertad que da el Espíritu permite expresar sin restricción alguna el amor
generoso y fiel Un 1,17) que constituye el dinamismo del Espíritu mismo, amor
que lleva al don de sí mismo y se expresa en él Un 10,11.15.17; 15,13).
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